NUEVAS VENTANAS PARA LA CIUDAD
Javier Hernández
una nueva ventana, la ciudad necesita una nueva ventana por donde salga
el humo negro e
intenso que viene de la combustión de sus temores, del encierro total
al que nos lleva el
individualismo. La ciudad ha dejado de ser transitada, la recorremos
de norte a sur dentro del bus
o del carro siempre peleando si el conductor no avanza, que para en
todas las esquinas o si el de
adelante se cuadra en la mitad de la calle para hacer lo de la leche
y arma un trancón a la salida
de cualquier universidad. Y allí estamos, estancados, queriendo llegar
a casa rápido, prender el
televisor y ver otra masacre más en el noticiero para decir "este es
un mal país y, menos mal, estoy
en mi casa seguro". A la mañana siguiente todo sigue igual, el mismo
trancón, la misma necesidad
de llegar rápido, rápido, desconectando la parte del cerebro que controla
las emociones, porque el
amor es peligroso. El panorama parece desolador, "hay tanta gente y
sin embargo me siento tan
solo". No puedo caminar por debajo del puente, tengo que cruzar por
la avenida por temor a que
me atraquen, es mejor que me pise un carro y me ayude con lo del médico,
a que algún chico
desorientado y drogado me haga un roto en el cuerpo, se me lleve los
tenis y me deje tirado en
mitad de la calle. Aquí nadie ayuda. Los muros se levantan, el centro
de la ciudad está lleno de
indigentes, de gentes sin oportunidad de socializar. Vagan por la ciudad
con sus costales recogen
las latas de los cochinos que la tiran y ensucian. Están allí sentados
en una esquina, estirando la
mano o hablando incoherencias, llorando un destino que bien pudo darles
una mejor oportunidad.
Por otro lado, en la periferia, lejos de allí, mansiones y tugurios.
Unos llegan en autos último
modelo, cierran el garaje y conectan la alarma. Otros llegan más temprano,
cierran la puesta y
rezan para que mañana el rebusque sea más próspero que hoy. Y la ciudad
se queda sola, más
sola que de día. Nadie la cuida, nadie la mima, sólo el vigilante ve
pasar las estrellas indiferente
dentro de su garita, esperando el día y rogando para que no pase nada.
La ciudad se ha llenado
de muros y tapias de casas de fachada con parqueaderos por dentro.
Casas deshabitadas, solas,
como la ciudad que nadie camina, que nadie habita. Sus parques se llenan
de basura, los juegos
se oxidan porque los niños ya no juegan, se seca el pasto, sus bancas
se derrumban y ¿Qué
pasa? Preferimos estarnos en casa pasando canales, escapando del ruido,
del gris...
¿Pero qué pasa ahora? ¿Qué están haciendo? Al anden le han puesto una
cinta y un grupo de
personas, armadas con pinceles, pintura y deseos abren un agujero en
el simbólico muro. No lo
rompen, sólo se abre un nuevo espacio policromático, este ente separador
"el muro" deja ver el
interior de un corazón, deja ver un deseo, una forma de pensar. ¿Qué
dice? "El muro ha dejado
de ser una frontera". Ahora nos cuenta una historia, ese espacio que
sólo nos mostraba un limite
infranqueable deja ver un sentimiento. Se ha transformado en una ventana
que nos muestra lo
que realmente somos y, como dice un amigo mío, el muro perdura, no
es efimero como la pauta
publicitaria o el comercial de televisión. Se va grabando en el inconsiente
a fuerza de costumbre,
nos roba cada día un instante para resguardarnos en sus detalles, para
pasar algún día a pie y
quedarnos viendo durante largo rato y analizar, pensar, disfrutar...
Una nueva ventana a nuestra ciudad, como respuesta al encierro de nuestras
vidas, una excusa
para comenzar a habitarla, cuidarla y responder un poco a nuestra negligencia
política, que como
todos, responde solamente a intereses individuales. Una manera para
darnos cuenta de que
nuestro patrimonio histórico, nuestra identidad, está dentro de cada
uno de nosotros. Para
reconocer que la ciudad es nuestra obra de arte, una obra que nunca
acaba, la vamos
construyendo a medida que pasa el tiempo, cuando caminamos por ella,
cuando aceptamos su
realidad y, cuando ésta se vuelve adversa, la transformamos.
La verdad es que sólo obedecemos un interés común. Este espacio es de
todos, un espacio
publico, ha sido creado para la convivencia. Para eso es realmente
la acera, el parque, la alcaldía,
el concejo: Un espacio de concertación, de búsqueda de soluciones,
un lugar donde se debe
compartir.
los murales de la paz los han llamado, eso son. La paz no es ausencia
de conflicto, la paz es la
manera como solucionamos el conflicto, cuando dejamos de pensar que
haciendo extinguir las
vidas de los que nos molestan solucionaremos el problema de no poder
vivir con el, y entendamos
que lo que le hacemos a otro nos lo estamos haciendo a nosotros mismos.
Cuando miremos
realmente que el otro respira, ríe, llora, como nosotros, tiene una
familia o la tuvo. Y que, como
nosotros, esa madre, ese padre, esa esposa, ese hijo, tiene el mismo
derecho de nuestra madre,
padre, esposa, hijo de vernos llegar a la casa tranquilos, alegres
y cansados de disfrutar aquello
que llaman vida en comunidad.