PANDORA
Javier Hernández
De manera muy somera voy a contarles una vieja historia, que data de
los tiempos cuando e
mundo era muy joven, y los hombres vivían con los dioses y los primeros
eran niños. A dos de
ellos, no recuerdo sus nombres, una ninfa llamada Pandora les dio a
guardar una caja. Como eran
cosas de dioses, los niños no hicieron preguntas. Pero un día uno de
los chicos, viendo la hermosa
y adornada caja, no resistió la tentación de abrirla. Cuando esto ocurrió
de allí salieron todos los
males y virtudes humanas de la tierra. La caja fue destruida y los
dioses, iracundos con el niño por
no retener su curiosidad, dejaron que estos males se propagaran por
la tierra y las virtudes, hasta
el momento inherentes en los niños de ese tiempo, salieron de sus cuerpos
detrás de sus
hermanas las calamidades. Es por eso que en la tierra hay envidia,
egoísmo, ira, enfermedad,
como también hay amor, felicidad, perdón, convivencia, pero siempre
son difíciles de encontrar.
Cuando un ser humano pierde alguna de estas virtudes que lo habitan,
llega una hermana suya a
visitarlo. Lo único que quedó en la caja fue la esperanza que, temerosa
de salir a vagar por el
mundo, se quedó. Los dioses en un acto de bondad le regalaron a cada
hombre un pedacito de
ella, por ello dicen que la esperanza es lo último que se pierde, porque
es tímida y siempre se
quedará a vivir en nuestro corazón.
¿Cuántos siglos tuvieron que pasar para que Pandora volviera a existir?
Muchos, y hasta ahora, con el paso del tiempo, todos volvimos a la
caja. Allí donde se encuentran
todas las dichas y desdichas, la esperanza se ha hecho más fuerte con
el tiempo Pero, como sus
hermanas, ha vuelto de nuevo a la casa, al recinto sagrado de Pandora.
¿Sabes de qué estamos hablando? No, sólo tienes que seguir estas instrucciones:
Deja el libro
boca abajo sobre la mesa, camina sin prisa hasta la ventana. Cuando
llegues a ella cierra los ojos,
después de contar hasta diez ábrelos y como por arte de magia aparecerá
ante ti ¡Pandora! La
caja que contiene todo lo que tú quieras ver e imaginar. No te extrañes
si ante tus ojos todo sigue
igual. El perro, la doña barriendo el antejardín, el carro que pasa,
el niño que llora o ríe. Pandora
esta allí, sólo tienes que mirar con mucho cuidado a la doña que barre.
Mírala bien. ¿Cuánto hace
que la conoces? ¿Su nombre? María, Dolores, Eduviges... Ella hace parte
de Pandora como tú y
tus amigos, la recorres todos los días, hablas con ella a través de
tus actos y depende de ti en la
mayoría de los casos que tan bien estemos en ella. ¿Ya conoces a Pandora?
¿Le temes? ¿La
destruyes? ¿La cuidas? Es de suma importancia que te hagas estas preguntas,
porque Pandora
te necesita y depende de cada uno de nosotros que no colapse y se venga
abajo.
Sí, herman@ en ella estás, en este preciso instante, y aquí confluyen
todos los imaginarios de la
gente: Dos equipos de fútbol rivales, iglesias de todas las doctrinas,
centros culturales, centros
comerciales, centros "de todo lo que quieras". La Pandora terrenal
se ilumina con tecnología.
Hay tantas pandoras como maneras de ver el mundo "culturalmente hablando",
y cada una de ellas
tiene sus sellos para que puedan funcionar de manera más o menos regular.
Estos sellos se
llaman normas mínimas de convivencia y hacen que todas las cajas de
Pandora funcionen. La
Pandora que nos toca vivir a nosotros, por lo menos a los que escribimos
y ayudamos a escribir
este libro, es calurosa, llena de gente alegre, desorganizada, posee
un equilibrio bastante singular,
y como toda caja de Pandora, está llena de sorpresas.
¿Ya te diste cuenta cuál es la Pandora? Sí, la ciudad, con sus calles,
edificios, carros y gentes.
En ella vivimos y convivimos con los demás, ella encierra todo lo que
nosotros conocemos del
mundo, nuestra visión de los que no viven con nosotros y de los que
están a nuestro lado. Es
nuestro hogar, aquí están nuestros amigos, la gente que nos cae bien
y la que no nos cae tan bien.
Donde caminamos sin conocer a nadie y conociéndolos a todos, donde
nos encontramos y
desencontramos. Aquí en esta Pandora tropical llena de color, de sol,
llamada Cali. Ciudad
singular donde encontramos tal cantidad de originales expresiones de
imaginación que
quedaríamos pasmados de la cantidad de propuestas que se han hecho
y se siguen haciendo para
embellecer lustra querida caja de Pandora.
La ciudad es un lugar ambiguo, de grandes contradicciones, que nos deja
perplejos. Encontramos
la miseria, la desolación y la tristeza y a la vuelta de la esquina.
Podemos conmovernos con la
visión arrobadora de una bella muchacha o muchacho, un niño que juega
tranquilo sin preocuparse
de nada o simplemente una flor solitaria que, llena de fortaleza, embellece
un bloque de cemento.
Los problemas de la ciudad pasan por la anticonvivencia, la desigualdad
económica, la violencia y,
en nuestro caso, un manejo burocrático de las instituciones que representan
el poder estatal. Esto
ha hecho que nuestras ciudades se construyan desde la negación, la
negación del consumo,
primando por encima de todo su ley individual. En ella el ideal de
colectivo se vive sólo en los
sectores marginados donde es la única manera de subsistir. Las pocas
posibilidades dejan a los
jóvenes sin un ideal positivo que seguir. Los más marginados toman
la violencia y la agresión
como única posibilidad de supervivencia, se quedan en los barrios donde,
a base de terror y
favores, consiguen la seguridad que necesitan para conseguir acoplarse
a la salvaje guerra del
consumo. Es allí donde los chicos, los que crecen solos, quedan viendo
esto como el único
imaginario positivo a seguir. El intelectual se muda, se aleja de la
gente que le dio las
posibilidades para salir adelante entre dificultades y se borra del
imaginario de los chicos.
Como contraste, en la ciudad encontramos también la cuna de las artes.
Es allí donde se gestan
los movimientos, las corrientes intelectuales. Es aquí donde se generan
las ideas que transforman
la ciudad y el mundo, las nuevas maneras de ver las situaciones y afrontar
los problemas. La
ciudad en si misma es una obra de arte que se va construyendo y nunca
terminará de construirse.
Esta obra no es sólo arquitectura. En algunas, como nuestra Cali, es
también el color de sus
gentes, sus distintas manifestaciones artísticas, artesanales, sus
comidas, fiestas, etc.
Toda esta Pandora humana, la caja inmensa de nuestros anhelos, el lugar
donde nos
encontramos, subsistimos, vivimos, este sitio hermoso de gentes sin
número que adornan las
calles grises y le ponen color a su inmensidad.