MURAL COMPLEJO
por Rodrigo Daza
¿Qué es lo que verdaderamente importa en un mural?
La posibilidad de decir algo, de incidir en la comunidad/sociedad que lo
circunda para generar inquietudes, que muchos estén dispuestos a
comunicarse desde el mismo momento en que se realiza la obra. Por
eso su contenido tiene que dialogar con su entorno, no puede simplemente
ignorarlo. Si yo le grito a una persona y ella ni siquiera se voltea
para mirarme, no se inmuta en lo más mínimo, ni siquiera
puedo decir que hubo comunicación. Lo máximo que puedo
llegar a decir es que esa persona muy probablemente estaba sorda o no quiso
hacerme caso para nada. De todas maneras no podré confirmar
mis hipótesis hasta que no haya comunicación, de resto es
especulación. En los espacios urbanos, la comunicación
adquiere una dimensión distinta a la habitual. No se trata
de meros intercambios de información entre individuos, se trata
de flujos de información e incluso de cosas más amplias.
Las personas llegan, se enfrentan a la obra y como tales responden.
No lo harán con el autor, éste muy probablemente sólo
podrá tener contacto con unos pocos, en obras magnas sólo
será el director de todo el proceso de ejecución. Se
necesitará de una institución especializada para medir/analizar
las relaciones culturales, sociales, políticas, etc. generadas alrededor
de una obra. Cada persona dará su respuesta en un ámbito
distinto, muy probablemente uno cercano a su especialidad. Si la
obra logra entablar un diálogo eficiente con la comunidad a la que
busca cuestionar/influenciar/motivar, habrá respuestas políticas,
culturales y hasta económicas. Se han dado ocasiones en que
obras de arte generan huelgas, manifestaciones o nuevos fenómenos
culturales, como manifestaciones artísticas de otro tipo.
Un ejemplo de una respuesta de este clase es cuando el mural reivindica
un espacio olvidado, un parque o una plazoleta, y la gente al descubrirlo
trae sus guitarras, a sus niños, estos a su vez atraen mimos, grupos
de teatro callejero que encuentra gente dispuesta a compartir/debatir sus
propuestas artísticas. Los casos de Rivera, Orozco y Siqueiros
se dieron alrededor del fenómeno histórico del Partido Revolucionario
Institucional mexicano, el mismo que se manifestaba izquierdista en sus
tesis y en su actuar histórico pasó por todo el espectro
político y económico con tal de permanecer en el poder.
El mural puede ser herramienta de políticas que no necesariamente
sean el objetivo de su autor, ni siquiera de los movimientos artísticos
que los promueven. Aún así, los elementos inherentes
a la obra pondrán en tela de juicio esos usos si su propuesta es
más amplia que la realidad histórica en la que se dan.
Los murales mexicanos de los tres exaltaron la historia indígena,
las luchas populares, los héroes de la independencia de una forma
que el manzanillismo político no pudo alcanzar. Aún
así, la responsabilidad social del artista con su obra difícilmente
escapará a la élite que se articula alrededor de los realizadores.
Son muy pocos los que tendrán en sus manos tan gran cantidad de
recursos para llevar a cabo lo que se proponen. Más si se
trata de obras permanentes en espacios públicos de alta significación.
El mural no se diseña para un espacio cerrado al público,
debe tener una relación con él, así sea mágico-religiosa.
Hay una pretensión de hacerlo "con todos" en el tamaño mismo.
Una obra de 5 metros por 50 para ser contemplada por sólo una persona
sería una manifestación desmesurada de egoísmo.
Puede darse y muy probablemente sería arte, pero los seres humanos
suelen darle a las obras de gran tamaño un uso público, es
muy difícil esconderlas. Aún un edificio cubierto de
lona en su totalidad generaría inquietudes, especulaciones, preguntas
y respuestas en la gente de su entorno. Esconder la obra puede tener
significados artísticos siempre y cuando termine en algo público.
Sino, estaríamos en el ejemplo inicial de incomunicación.
El mural, en cambio, busca ser lo más público posible; en
él las limitaciones son de recursos: No se hace más
grande porque el costo económico superaría el beneficio social.
Cuando una ciudad redescubre el uso de formas gráficas alternativas,
sus prácticas oscilan entre el ruido semántico y nuevas armonías.
Si se da el uno o las otras dependerá de la respuesta generada alrededor
de la obra. Si el entorno responde atosigándose de manifestaciones,
más allá de su capacidad de asimilación, será
ruido. Si la respuesta es la de exigir un criterio estético
más elevado en todo lo que la comunidad o sociedad dice de forma
visual, son más probables las otras. En nuestro caso, es bastante
probable que el número de vallas comerciales no se reduzca, pero
sí que el contenido de éstas de pie a manifestaciones artísticas.
No es ningún misterio para los habitantes de Santiago de Cali que
lo que predomina en nuestro entorno visual son mensajes publicitarios de
todo tipo. El "imbatible rey" de las manifestaciones es el letrero
del pequeño negocio. ¿Quién en este país
no ha visto un letrero de una bebida conocida acompañado de la leyenda
de la "fonda tal", "tienda de yo no sé quién" o el supermercado
con el nombre de la calle? En los sectores comerciales la competencia
llega a niveles de saturación inusuales. En las tiendas de
repuesto automotor se llenan todos los vacíos disponibles con marcas
de autopartes. Si la ciudad en general da el paso hacia manifestaciones
estéticas más acordes entre sí, la respuesta serían
preguntas nuevas. No necesariamente un mejor modo de vivir, podríamos
pasar a esconder nuestras miserias, pero igual podrían ponerse en
evidencia males que hoy consideramos normales. Nos preguntaríamos
cosas como "Si la ciudad es tan bella ¿por qué el humo no
nos deja verla?" Así como el presente desorden visual pone
de manifiesto la prelación del interés individual por encima
del general: "Importa mi negocio, no mi ciudad" se oye más
que "la belleza de la ciudad beneficia a mi negocio". Insistimos
en la pérdida de la noción de lo público en los espacios
de convivencia justamente porque no es sólo un problema estético.
Es más, lo que hoy se manifiesta como gráfico tiene implicaciones
sociales de todo tipo. Esa pérdida es también la pérdida
del nosotros. Dos cabezas piensan más que una, pero si cada
una piensa por su lado muy probablemente dé lo mismo. Es la
calidad de la comunicación entre esas dos cabezas la que da pie
a un mejor pensamiento. Es nuestra capacidad de seleccionar de entre
muchas acciones las de beneficio común lo que da pie al bienestar.
Si lo que hacemos entre todos es ponernos zancadillas, caminar será
muy difícil. Si la decisión es remover escombros, quitar
obstáculos y optimizar señalizaciones, el resultado es evidente.
Hasta las autoridades de tránsito saben que si a la gente no se
le avisa de la proximidad de una curva peligrosa, las posibilidades de
accidente aumentan. Del mismo modo, si al público se le muestran
alternativas culturales, formas de expresión desconocidas pero efectivas,
la posibilidad de que las utilice aumentan. Si tengo una infinidad
de necesidades de expresión represadas y lo único que veo
es represión, la inclinación hacia las manifestaciones violentas
aumenta...
En otras palabras, el hombre es un animal social por excelencia.
Necesita de la interacción con los demás como el agua para
beber. Si esa necesidad es resuelta a medias, los conflictos que
traspasan su cotidianidad no se manifiestan en lo más mínimo
o lo importante es tratado como superfluo, la solución de las necesidades
alternas se verá entorpecida. Desde su más primitiva
relación social el hombre necesita de la interacción en conjunto.
Si yo quiero cazar un elefante y no sé como hacerlo, lo mejor que
puedo hacer es buscar ayuda. Si intento hacerlo solo, probablemente
no sólo no cace el elefante sino que puedo salir dañado.
La realización de un mural es uno de esos casos. Al enfrentarse
a una pared de varios metros, que necesita ser pelada en su totalidad bajo
un sol inclemente, el artista lo piensa dos veces antes de intentar hacerlo
solo. Y no sólo se necesita pelarla, sino lavarla, vaciarle
químicos, lavarla nuevamente, cubrirla de imprimante, aplicarle
base y ahí sí pintar. Después de pintar se vuelve
a lavar y se aplica sellante. Es decir, tiene todas las implicaciones
sociales de una construcción. Sólo que en esta ocasión
ya no se trata de arquitectura sino de una manifestación de arte
subutilizada en nuestro medio. Es sorprendente que poblaciones más
pequeñas, como San José del Guaviare o Buenaventura, le hayan
dedicado más sus espacios públicos al mural que las grandes
ciudades. Se trata del fenómeno del deterioro del tejido social
en las áreas metropolitanas del que los urbanistas apenas empiezan
a adquirir conciencia. En la medida en que las distancias físicas
aumentan, aumentan las distancias sociales. Si el centro laboral
del área urbana se convierte en un área desierta al finalizar
la jornada, es evidente que también habrá un proceso de enajenación
paralelo, que habrá un área central que no será la
casa de nadie. Es obvio también que la "desertización"
del centro nunca es total, se dan en su interior formas de nomadismo urbano
que nunca son lo suficientemente estudiadas y menos en países de
escasos recursos. Durante la noche los grupos humanos discriminados
en las horas del día adquieren una libertad limitada. Prostitutas,
travestis y mendigos usan la ciudad como su espacio, hasta que los vigilantes
o los mismos propietarios los obligan a irse. La enajenación
y la apropiación por grupos marginados están fuertemente
relacionados entre sí. Como lo manifiesta un grafiti en un
muro abandonado: "Este espacio es mío. Atte: Nadie".
Los espacios entregados a la negación serán apropiados por
los grupos a los que se les niega un espacio, sean ilegales o no.
Los espacios dedicados a la afirmación de los valores nacionales,
sociales, artísticos y demás serán apropiados por
los grupos que sientan afinidad por ellos, en la medida en no se les abandone.
De nada vale reivindicar un área con un mural si la actividad, la
curiosidad y el momento social que se da alrededor de él se desperdicia.
Se trata de toda una propuesta de ciudad alrededor del arte como alternativa
al abandono, al vacío de significado otorgado por un grupo masivo
a un lote o edificación. La polisemia, es decir la presencia
de muchas significaciones en un elemento, es una característica
común en la gran mayoría de los trabajos artísticos.
En las grandes ciudades la presencia de grupos humanos de múltiples
orígenes y actividades aumenta la necesidad de ese tipo de manifestaciones,
sobretodo si afirman la capacidad que tenemos todos de convivir en medio
de la diferencia. La obra de arte es compleja en sí y pretender
delimitar su significado es sin duda pretencioso. Si se levanta para
perdurar, el día de mañana puede adquirir significados totalmente
opuestos, como se dio con los monumentos a las figuras centrales del comunismo
en Europa Oriental. Cuando el entorno social y económico cambia
de forma drástica, las estatuas que representan lo superado/no deseado
sólo sirven para ser tumbadas. En nuestro caso también
podrían ser lavadas, tapadas, peladas o redibujadas. Lo que
podría delimitarse sería la intención última
de la obra, que a fin de cuentas siempre está ligada a la presencia
del realizador o de la vigencia de los conceptos por él expresados.
Aquí el papel del crítico de arte, el medio de comunicación
o las instituciones dedicadas a la actividad cultural es imprescindible
para que la obra, expresión, manifestación o similar no pierda
su vigencia. Por lo menos se trataría de que el valor promulgado
en la realización de la obra no caducara antes de lo que la misma
sociedad estaría dispuesto a sostenerlo si lo conociera. Vuelve
y juega la relación espacial inherente a la gran urbe. Si
me doy cuenta de que un supermercado está vendiendo a veinte cuadras
a mitad de precio todo lo que compro en la esquina, lo más probable
es que esté dispuesto a echar lápiz para determinar si vale
la pena el viaje. Así mismo, si sé que al otro lado
de la ciudad está ocurriendo una obra a todas luces interesante,
buscaré el momento indicado para ir y disfrutarla. He ahí
la conveniencia de las obras de carácter permanente y de contenido
defendible/compartible. En las áreas metropolitanas, el desarrollo
inteligente de obras de ese tipo implica ubicar los centros alrededor de
los cuales gira la actividad cultural de sus habitantes. No basta
manifestarse en uno sólo de ellos, se necesita cubrir los principales
si lo que se busca es el diálogo con toda la ciudad. En cuanto
el grupo grande entre en contacto con fenómenos de este tipo, las
respuestas se darán y de forma paulatina. Los movimientos
de un gran número de personas son casi imposibles de medir al segundo
(sería costosísimo), lo normal es hacerles seguimiento durante
un lapso de tiempo considerable. Aún con los medios electrónicos
de comunicación, las ciudades suelen moverse a ritmo de rumor, como
lo saben bien los que manejan programas de beneficio social. Son
muchas las ocasiones en que un subsidio, una beca o un descuento se pierden
por falta de información. Los desarrollos culturales tienen
tiempos distintos, logros distintos. Muchos llegan a valorarse varias
generaciones después. Si se evalúa la temporalidad
de la obra de arte desde un sólo punto de vista espacio/temporal,
la probabilidad de perder muchas de sus riquezas aumenta. ¿Qué
pasará con el Concurso de los Bocetos para los Murales de la Paz
al entrar en contacto con movimientos similares en México o Ecuador?
La posibilidad de intercambio con otras áreas metropolitanas dentro
de los límites de la nación es un paso natural que implica
otro tipo de búsquedas. De hecho, dentro de la misma ciudad
todavía quedan grupos con actividades afines por contactar.
Y este no es sino uno de los posibles textos alrededor de esta actividad,
hay otros en ciernes, uno de ellos audiovisual.