MIRANDO A LOS ANCESTROS
por Javier Hernández
Nuestra realidad se ha convertido en un espejo crudo de lo que hemos
perdido, pero
somos, a pesar de todo, un pueblo que persiste en proclamarse único
e independiente
(culturalmente hablando). Una nación diversa, llena de expresiones
interesantes y muy
diferentes entre sí, poseedora de una riqueza y una fuerza transformadora
que espera ser
descubierta y utilizada. Somos un grupo humano que asimila y guarda
sus cambios para
una época donde todo pueda ser mejor. Transformar una realidad de pesadilla,
donde el
pasado reciente parece que se repitiera, exige despertar y mirar el
pasado más lejano,
buscar el origen. Debemos ir al nacimiento del río, permitir que su
cauce retorne a su
lecho original, descubrir allí el lugar donde confluyen nuestras fuerzas
creadoras, beber de
sus aguas ancestrales, y cambiar. Esta agua está en el color del rostro
de nuestros
abuelos, en su música, su pintura, sus relatos. Al torrente de nuestras
expresiones lo
nutren tres ríos principales que nacen en lugares muy lejanos y diferentes:
El río indígena, que ha habitado este territorio desde tiempos ancestrales
y colma nuestro
sentir. Nuestra manera particular de ver el mundo nace de él. Muy adentro
guardamos el
gusto y la ingenuidad benigna de sorprendernos con el ambiente que
nos rodea, el deber
fraterno de protegerlo a toda costa. Sentimos que surgen de esta época
gracias al
contacto con otras culturas y pueblos, pero se ha dado no desde afuera
si no desde las
entrañas de nuestro territorio. Lo ha engendrado el contacto con nuestros
hermanos
mayores, que saben como cuidar y preservar la casa, el hogar que llamamos
Colombia.
Nuestros Hermanos-abuelos indígenas poseían y poseen un basto conocimiento
de la
naturaleza y su funcionamiento. Reunidos todos al calor del fuego o
en lo más interno de
la maloca, vigilan el eterno fluir de la vida en equilibrio. Su música
y su arte persisten, su
imaginario y sus historias alimentan nuestra cultura, revitalizan cada
momento nuestra
manera de ver el mundo. Las obras maestras de nuestros escritores toman
sus historias y
nos muestran la organización social original: El vinculo fraterno de
la familia, fortaleza
inmensa de nuestra cultura. Una que persiste y mantiene a las otras
unidas para salir
adelante. El tiempo y la asimilación acelerada de cambios tecnológicos
y sociales han
guardado la magia y los relatos. Si son escuchados y proclamados de
nuevo,
transformarán nuestra sociedad y generarán nuevos artistas, se enarbolará
la bandera de
la expresión.
El cauce de nuestro río cultural fue alimentado hace quinientos años
por otros dos ríos.
Llegaron, uno de Africa y el otro de Europa, atravesando el océano
Atlántico para sentar
sus raíces aquí. El río africano fue traído a la fuerza, la más terrible
injusticia encarnó la
superioridad militar y arrastró los gigantes de la expresión física,
los logros inmensos de la
codificación del sentimiento, sin siquiera conocerlos. Si hubieran
llegado al conocimiento
de los europeos en ese tiempo, muy probablemente nos hubiéramos ahorrado
dos guerras
mundiales. La fortaleza física y psicológica del africano llegó con
su música y alegría, los
volvió elementos inherentes de nuestra cultura. En la actualidad se
mueve al son de los
tambores y cantos, se saborea con regocijo en un buen plato de comida
del Pacífico, de la
Costa Atlántica. Su color tiñó nuestros ojos y sentires, nos legó la
alegría a pesar de las
dificultades, la adaptabilidad a cualquier tipo de ambiente sin alterar
el equilibrio ecológico.
Otro nuevo matiz de una cultura rica en historias y dioses de abuelas
y abuelos reunidos
contando historias, de cuerpos fuertes y mujeres exóticas, bellas como
apenas empieza a
reconocerse.
El tercer río llegó de Europa, revuelto de tanto contacto. Trajo en
su sangre a oriente, vino
a nutrir este gran océano con avances tecnológicos, una lengua maravillosa
que hace
posible escribir grandes obras. En un abrir y cerrar de ojos implantó
el deseo de seguir
siempre para adelante, de no rendirse ni someterse, la sangre bravía
y fuerte de la
dominación. Este río vino con tanta fuerza que a su paso arrasó inmensas
culturas en su
hambre de poder y posesión. Para su pesar no se permitió ver la gran
riqueza y la
enseñanza que le presentaban los ríos con los que se encontró; cegado
por las
abundancias de este fantástico territorio, cerró los ojos al contacto
benévolo y quiso
poseerlo sólo para sí. Sin importar lo que sucediera, siguió el instinto
natural que le es
inherente, el de seguir para adelante. Nos dejó el surco de dolores
para sembrar la
independencia, cuando buscaba todo lo contrario.
Tres ríos alimentan de manera especial todo esto que es nuestra cultura,
sus riquezas
dependen de ahora en delante de cómo administremos este legado y sembremos
nuestras
semillas de vida en el fértil suelo que ha surgido de este encuentro.
Podemos convertirnos
en una nueva raza, valiente y aventurera, ser conscientes del equilibrio
que le rodea,
alegres y descomplicados a pesar del miedo y la zozobra. Consolidarnos
escuchando al
abuelo fabular el pasado en las viejas historias sentados al calor
del hogar.
Pero ¿Qué se está haciendo para devolvernos la memoria histórica? De
entre las miles
que surgen en nuestro país, presentamos La galería de Arte Urbano,
una propuesta del
Grupo Almuro. Sus integrantes, preocupados con la problemática de la
recuperación de la
identidad cultural perdida, elaboraron un concurso abierto, alrededor
de los temas de
Memoria Histórica, Identidad Cultural y Dignidad Humana.