CIUDAD PARCIAL
por Rodrigo Daza
La ciudad es uno de los más grandes logros de la humanidad.
En ella pueden verse todos sus desarrollos: Tecnología de
punta, organizaciones hiper-complejas, cientos de culturas en un mismo
espacio, posibilidades de comunicación con el mundo entero, y la
lista sigue.
Ahora, si miramos mejor, nos daremos cuenta de que también es
el cúmulo de muchos "errores humanos": Acumulaciones gigantescas
de basura, tasas de criminalidad superiores al promedio, contaminación
constante, ruido en todas sus formas y ahí paro para no generarme
estrés.
¡Es toda una contradicción! Y en todas partes del
mundo. Se ven en los países ricos y en los pobres, cada una
con una virtud y una barbaridad nueva. A ella llegan los desamparados,
los desesperados y muchos otros des- en busca de un orden mejor.
Llegan y logran su espacio a punta de lucha (nunca es gratis, si no se
paga en dinero se paga en otra cosa), la misma que consiste en poner a
prueba el orden que estaba y se basaba en exclusiones.
Nunca ha sido un espacio fácil. Las ciudades se han levantado
sobre historias de exterminio, masacre, tiranía, conquista y revolución.
Cada una es el resultado de lo que esos órdenes le dejaron.
No es de extrañar que las ciudades del presente se caractericen
por una creciente desigualdad entre pobres y ricos: El presente orden
mundial padece de lo mismo. Igualito. En los países
ricos, el orden trata de integrar/excluir a los inmigrantes de los países
pobres; en los países pobres, el orden vigente busca deshacerse
de la marea de pobres que le arrojan los campos. Si es una ciudad
grande, las ciudades más pequeñas también le enviarán
su cuota. ¿A qué viene tal cantidad de gente a la ciudad?
¿Es un cúmulo de edificaciones lleno de relaciones deficientes
con el medio ambiente un paraíso buscable? Paraíso
tal vez no, pero buscable sí.
En todos los países del mundo, las áreas rurales tienen
déficits de todo tipo que la ciudad resuelve un poco mejor.
La diferencia puede ser abismal en continentes como el nuestro. Aún
en países ricos con agro protegido (léase subsidios jugosos
para los campesinos y/o barreras arancelarias para sus productos), la gente
sigue fluyendo de las áreas menos desarrolladas a las que tienen
más industrias o hacia los centros de dominación cultural.
Es un impulso natural: Si me pagan mejor en una ciudad y allá
tengo más posibilidades de trabajo, lo más probable es que
lo piense dos veces antes de quedarme. Si todos los flujos de identidad
me muestran que la vida en la ciudad es "deslumbrante", "emocionante" y
cosas así, que está llena de productos comerciales o culturales
que vale la pena consumir, las razones para quedarme serán sutil
y continuamente socavadas. Si no se caen, puede que las de las próximas
generaciones sí. Aún quienes tienen una identidad campesina
a toda prueba, sucumbirán ante la posibilidad de ir a la ciudad
así sea sólo a pasear. Además, las centralizaciones
"normales" de los estados suelen tomar a la ciudad como eje de la toma
de decisiones. Si soy un luchador campesino, para mí será
casi inevitable ir a la ciudad a defender a mi comunidad ante tal o cual
coyuntura. Los líderes suelen requerir mayor protección
y eso atrae a quienes se sienten inseguros. Así se esté
en completo desacuerdo con ellos, la posibilidad de hacer negocios rentables
con todo un ejército atraerá a los que les venden sus enseres.
La pompa de las ceremonias necesita músicos, sastres, carpinteros,
cocineros y un largo etcétera. Si a eso le añadimos
la complejidad de las administraciones contemporáneas, ya tendremos
una ciudad. Ella establecerá un constante diálogo con
sus alrededores y se verá obligada a pensar aún más
lejos si quiere resolver sus necesidades futuras. Traza caminos hacia
los puntos principales donde se produce/transforma lo que ella necesita.
Así sea agua limpia, necesitará canalizarla y traerla hacia
sí sin contaminarla. Cuando somos muchos los que vivimos juntos,
modificamos el espacio en que vivimos con una velocidad sorprendente para
el que vive en grupos más pequeños. Los edificios ya
no son sólo piedras levantadas sino un proceso de comunicación
constante con quienes los circundan. Dicen cosas, como la grandeza
de quienes los habitan, sus sueños o sus búsquedas.
Habrá necesidades nuevas, surgidas del mismo grupo humano.
Si ya no cabemos todos en el mismo camino, no todos tendrán tiempo
para pensar en cómo ensancharlo. Se defenderán y se
atacarán órdenes surgidos. Así haya espacios
que no sean colectivos, si todo el mundo los usa, la apropiación
del grupo grande se dará como algo automático. "El
camino del pueblo" implica pertenencia si yo me considero pueblo, más
si tengo nombre propio, como Cali, Colombia, América Latina.
De tanto pasar por el mismo sitio, ese espacio no-mío se vuelve
una extensión de mi casa, como un área fronteriza alrededor
de lo que defino como específicamente propio. Si somos muchos
los que vivimos el mismo proceso, un cambio en ese espacio, para bien o
para mal, nos afecta a todos. En español hablaríamos
de "un nosotros tácito". Si alguien tira un obstáculo
en ese camino, nos lo tira. Si alguien mejora el camino, nos lo mejora.
Siempre habrá un grupo reducido dentro del más amplio dispuesto
a tomar acciones al respecto. Reunirá a quien pase para arrastrar
el obstáculo si no puede hacerlo sólo, o contará a
otros su alegría al ver la mejora. El eje de nuestras relaciones
comunes será más importante en la medida en que afecte a
más personas durante el mayor tiempo posible. Así,
un puente inmenso que no se cae en décadas, se convierte en patrimonio
y orgullo de la ciudad. Un grupúsculo de jóvenes molestos
que dejan de serlo al llegar a la madurez será olvidado, a menos
que haga algo que cumpla con la relación de importancia con el eje
común. El mayo del 68 en Francia, los nadaístas en
Colombia pueden ser ejemplos de trascendencia efímera en espacios
y generaciones diferentes. Sus influencias pasaron como las coyunturas
en las que se dieron, aún así, los cuestionamientos que plantearon
con relación al status quo despiertan nostalgias y toda clase de
posiciones. Llegado cierto punto, una relación con la ciudad
puede ser tan intensa que se funde con su historia; si es una gran ciudad,
afectará a todo el país. Modificar (mejorar o empeorar,
o simplemente volver distintas) las relaciones de un grupo inmenso implica
meterse con lo que para él es importante. En el mundo actual
"globalizado", "unipolar" o "medioambientalmente degradado", la relación
entre dinero y calidad de vida es un aspecto crucial. Si el estado
ya no debe ser un monopolio totalitario sino un catalizador/controlador
del mercado, el deber ser del hombre se determina desde la pluralidad de
condiciones que establecen lo que es o no es calidad, desde cada espacio
regional, nacional o micro-regional. Es decir, si ahora el asunto
es el consumo, lo que se produce es un estallido de lo que él significa.
Hablamos ya de bienes de consumo simbólico, de identidades culturales
modulando consumos y de culturas corporativas. Sin embargo, vivimos
la posibilidad de que todas las luchas que los ciudadanos han desarrollado
a lo largo de los siglos terminen en una hiperdominación corporativa.
La ciudad ya no es controlable desde sí. Si las grandes corporaciones
estigmatizan una ciudad, por cualquier motivo, pueden condenar a sus habitantes
a padecer el doble de requerimientos para conseguir un status normal dentro
del concierto de las naciones; lo que opinen sus habitantes tiene una importancia
diminuta, directamente proporcional a la incidencia que tengan en los mercados
mundiales. Como casi todas las ciudades del mundo tienen una incidencia
individual despreciable en ellos, las multinacionales pueden pasar por
alto el universo local y entenderse únicamente con los gobiernos
nacionales. Aún más, con una estrategia regional (léase
continental) bien aceitada, una nación tendrá que seguir
al resto así no lo quiera. La mayoría de los presidentes
y jefes de gobierno ha respondido con un renovado interés por sus
vecinos, pero ni aún así han logrado el poder suficiente
para exigir respeto por sus electores, súbditos o similares.
Como cosa rara, es desde las ciudades mismas que se sostiene el poder
corporativo: El consumo, su modulación, su importancia, se
establece desde y para el universo local o individual. Las multinacionales
se "disfrazan" de locales y presentan a sus empleados/consumidores rostros
nativos en sus jerarquías. Las voces seductoras de las publicidades
son eficientemente traducidas a todos y cada uno de los ámbitos
que cada ciudadano identificaría como individual. Las tecnologías
de información permiten segmentar los mercados e identificar no
sólo lenguajes sino grupos de edad, de interés, de actividad
y así sucesivamente. El universo local hoy se construye con
relación a eso: La decisión individual del consumidor
ante varios productos muy similares entre sí. Si ese consumo,
sea de una persona natural o de una jurídica, es tan importante
¿dónde quedan los muchísimos otros aspectos que los
habitantes de la ciudad gustan de discutir? Las condiciones laborales
suelen ser uno de ellos. "Para consumir tengo que tener salario".
La persona jurídica (empresa, organización, asociación,
etc.) está compuesta de personas y -¡oh maravilla!- estas
no sólo consumen. Todos los días se hacen preguntas
muy difíciles de responder. A veces también intentan
respuestas. Más aún si viven situaciones de vida o
muerte, si se enfrentan ante la posibilidad de ser consumidos por maquinarias
voraces de construcción de poder y/u órdenes que se niegan
a reconocer la existencia de la dignidad humana.
También hoy la ciudad -sobre todo las que son escenario de reuniones
sobre la globalización- viven el apremio por pensar "eso", lo otro,
que se niega a respirar humo, a considerar lo humano como un gasto de la
empresa o a reducir las conquistas de los grupos humanos a una sola dimensión
cuantificable. Las fuerzas que la construyen y destruyen se niegan
a ser olímpicamente ignoradas. Tratarán -desde sí-
de encontrar respuestas a los interrogantes lanzados desde fuera y propondrán
algo nuevo a construir o destruir.